lunes, 11 de diciembre de 2006

Se fue sin pagar


El domingo último falleció, inesperadamente, uno de los personajes más siniestros y funestos de la historia reciente de nuestra América Latina: el ex dictador chileno Augusto Pinochet Ugarte. Inesperadamente porque, luego de su más reciente internamiento en el Hospital Militar de Santiago, una semana atrás, en los días posteriores parecía recuperarse. Curiosamente, murió el mismo día en que se celebra un aniversario más del Día Internacional de los Derechos Humanos, valores a los que nunca respetó, y encima pisoteó.

Sin duda que sería demasiado loco expresar nuestra alegría por la partida del general. Nadie puede celebrar la muerte de nadie; al menos aquí descartamos esa posibilidad. Mas bien, creemos que hay mucho que lamentar, y no necesariamente por la desaparición de Pinochet, sino porque éste pasó a mejor vida sin haber siquiera respondido por los numerosos delitos de los que era responsable, cuando fue gobernante de su país entre 1973 y 1990.

Pinochet rompió con la clásica tradición de las Fuerzas Armadas chilenas, de someterse al régimen constitucional de turno, cuando el 11 de septiembre de 1973 encabezó uno de los más cruentos y dramáticos golpes de estado de la historia, al derrocar al gobierno democrático del Presidente Salvador Allende, quien prefirió morir a cuenta propia, que en manos de sus despiadados y crueles perseguidores, liderados por el mismo Pinochet, quien, paradójicamente, fuera nombrado como Comandante en Jefe del Ejército por el mismo Allende.

Luego de eso, prohibió los partidos políticos vigentes, e inició una persecución implacable contra los políticos de oposición, especialmente a aquellos de filiación marxista y socialista. Detenciones injustificadas, allanamientos a hogares, desapariciones de personas que hasta el día de hoy no se sabe en qué parte de la tierra yacen, así como torturas y asesinatos, fueron las acciones que se recuerda de su tristemente célebre régimen. La Comisión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) condenó su gobierno en 1977, por los motivos anteriormente enumerados. A consecuencia de esto, muchos chilenos se vieron obligados a huir de su propio país, para salvar sus vidas y las de sus familias.

El resultado trágico de este régimen fue de más tres mil muertos y 33 mil detenidos (de los cuales más del 80 % fueron torturados), además de las desapariciones, las cuales se produjeron, según testimonios, con lanzamientos desde los aires hacia alta mar, para que nunca más los encuentren. A esto añadimos su participación en la "Operación Cóndor", destinada a desaparecer a elementos de izquierda del cono sur de Sudamérica, y que recientemente le fueron encontradas cuentas millonarias en bancos del mundo. Por todos estos hechos, Pinochet debía responder. Sin embargo, siempre trató de eludir estos requerimientos, alegando razones de salud por su avanzada edad, agregando a esto la lentitud con la que la justicia investigó su caso. Pero la justicia tiene el aliciente de que utilizó los métodos del orden dentro del marco democrático, completamente diferente al estilo del tirano del sur.

Pero como si no fuera suficiente, Pinochet atentó también contra la unidad latinoamericana. Estuvo a punto de generar un conflicto con el Perú, inclusive en algunos de sus libros de estrategia militar planteaba una invasión a nuestro país. Con Bolivia, ocasionó que estos rompieran relaciones diplomáticas (hasta el día de hoy) con su país. Con la Argentina, traicionó el principio de hermandad entre pueblos de la América, al apoyar a la Gran Bretaña de la Thatcher en la guerra contra los platenses en 1982 por las Malvinas.

Por eso, no se trata de festejar ni lamentar la muerte de un criminal como este; ni siquiera merece que se diga "qué bueno que era", como se hace comúnmente con los que mueren: sería una ironía, una burla al pueblo de Chile. Se trata de lamentar el hecho de que es otro más que se despidió sin responder por sus actos, tal como ocurriera hace unos meses con el déspota paraguayo Alfredo Stroessner, quien murió en su exilio brasileño. Con su partida (desconocemos a donde), elude los innumerables juicios por delitos de corrupción y contra los derechos humanos que cometió durante los 17 años de oscuridad que vivieron nuestros vecinos chilenos.

Una reflexión final: No es este tipo de formas dictatoriales lo que necesita nuestra América para salir adelante; por el contrario, esto ocasionó más pobreza y exclusión. Ni Chile, ni el Perú, ni ninguno de nuestros hermanos latinoamericanos necesitan de dictaduras (sean de izquierda o derecha) para solucionar sus viejos problemas.

1 comentario:

Raphaelito dijo...

Aunque sigo extrañando tus crónicas futbolísticas, me agrada el que sigas escribiendo; hace poco me di cuenta del verdadero valor de la escritura y claro; del valor real de crear contenido de calidad

Te felicito por embarcarte a la cultura Bloguer y espero que no sea el ultimo ni único contenido publicado de tu parte

Saludos