miércoles, 10 de enero de 2007

LA INTOLERANCIA DE CHÁVEZ


Luego de su aplastante victoria electoral en diciembre último, todo parecía indicar que el reelecto mandatario venezolano Hugo Chávez dejaría los gruesos adjetivos que había utilizado para insultar a otros políticos de América Latina. Llamó a la concertación a la oposición política de su país, con la que siempre se mostró beligerante. Incluso se reconcilió con el presidente del Perú, Alan García Pérez, con quien mantuvo un fuerte enfrentamiento verbal cuando su homólogo peruano aún era candidato, e incluso luego de que asumiera la presidencia. Ahora todopoderoso, con más respaldo en el ámbito nacional, y con más aliados en el continente (Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Ortega en Nicaragua, además de Cuba), parecía que Chávez por fin dejaría los insultos y los calificativos hacia sus vecinos.

Parecía. Todo estaba en calma.

Sin embargo, parece que a este señor no le gusta tener ningún tipo de cuestionamiento, pues al parecer, todo debe andar como él cree. Sin que nadie lo critique, y que las cosas caminen como él quiere. Dentro de la democracia, no siempre los rumbos marcarán necesariamente lo que piensa uno, y eso no lo entiende el mandamás venezolano.

Lo demuestra cuando dice que no renovará la licencia de transmisión a la emisora local Radio Caracas Televisión, por considerar que esta atenta contra los intereses nacionales "de la revolución bolivariana" que Chávez dice encabezar. Esto es un claro atentado contra la libertad de expresión, y demuestra un alto subjetivismo y egocentrismo, pues ¿acaso sólo Chávez sabe lo que es bueno para su país? ¿Acaso él es el único iluminado?

Ante esta medida violatoria de las libertades, salió al frente el Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el chileno José Miguel Insulza, quien advirtió que esto constituía una acción de censura sin precedentes en América Latina, además que acarrearía consecuencia políticas.

La reacción furiosa del ex cachaco Chávez no se hizo esperar. Calificó de "pendejo" (que en Venezuela significa tonto o estúpido) a Insulza, además de acusarlo de entrometerse en asuntos internos de los venezolanos, y pedir su renuncia en el cargo. Esto confirma la intolerancia de este personaje, quien no quiere ninguna fiscalización ni observación de sus actos en el poder, para poder maniobrar a su antojo. Los hechos hablan por sí solos: nombra a su hermano Adán Chávez como ministro de Educación (esto es nepotismo), y ahora su vicepresidente al ex jefe del Consejo Electoral Jorge Rodríguez, en reemplazo de su escudero José Vicente Rangel.

Estas actitudes no son nuevas en el mandatario venezolano. Al incidente anterior con Alan García, a quien calificó de "corrupto, ladrón, tahúr y truhán", cuando este le criticó que se opusiera a los TLC con los Estados Unidos, e indicara que Venezuela tenía "un TLC petrolero" con los yanquies, también están los calificativos contra los ex presidentes de Perú y México, Alejandro Toledo y Vicente Fox, respectivamente, y el mandatario colombiano Álvaro Uribe como "lacayos del imperialismo yanqui". Reacciona de esa manera cuando se le indican sus errores o contradicciones.

Tampoco puede decir que no se entromete en asuntos internos: se insmiscuyó en los procesos electorales de Ecuador, Nicaragua, Bolivia, Perú y hasta en México, de la manera más descarada.

¿Por qué no dijo nada cuando la misma OEA manifestó, en un comunicado, que las recientes elecciones venezolanas que lo ratificaron en el cargo, se habían desarrollado de manera transparente? O sea, cuando los comentarios son a su favor, está contento, pero cuando no, lanza todos su dardos. Otra prueba más de la intolerancia del dictador venezolano, quien podrá haber sido reelegido democráticamente, sin ninguna duda; pero su forma de conducirse en el poder es realmente autócrata y prepotente.

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